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Domingo, 05 de abril de 2009

Votando con el enemigo: Mirko Lauer

Todavía están frescas las felicitaciones de Abimael Guzmán al gobierno de Alberto Fujimori por haber liquidado a los partidos políticos en el país. Es cierto que en ese momento ya estaba preso y precisaba toda la buena voluntad disponible en sus captores. Pero también es cierto que sabía reconocer un enemigo común en la política.

El modus operandi de Guzmán es la prédica ideológica y no el pragmatismo, y por eso nunca se le ha ocurrido argumentar que la ausencia de instrucciones específicas lo libera de toda responsabilidad frente a los actos de Sendero Luminoso. Pero el aire de familia con Fujimori está allí: la tarea histórica asumida justificaba cualquier cosa.

Cualquier cosa en ambos casos significó pasar por encima de las leyes, los derechos y los valores de una democracia entonces con pocos recursos para defenderse, y en apariencia con ninguna capacidad de respuesta para salvarse. Los dos jefes de organización se equivocaron. Ambos todavía esperan volver desde los márgenes del sistema político.

Ambos conservan seguidores a los cuales, abierta o encubiertamente, les interesa un pepino el sistema democrático. O más bien el sistema democrático les parece precisamente el problema que es necesario resolver. Los senderistas atrincherados o perseguidos. Los fujimoristas muy bien instalados en la propia democracia.

Sin duda hay profundas diferencias. Guzmán imaginaba para el país alguna forma de capitalismo de Estado en el molde estalinista. Fujimori imaginaba el mismo capitalismo transnacional que conocemos, pero bajo administración de una clique eficientista y autoritaria, más o menos en el molde de algunas satrapías asiáticas.

Lo cual lleva a cavilar sobre cómo imaginan la cosa los seguidores de Fujimori que hoy se mueven en el espacio cívico peruano. ¿Son, como los llamados abogados democráticos de Guzmán, gente que no cree en el sistema pero considera válido aprovecharlo para sus fines si este se lo permite? ¿O, pragmáticos, simplemente no se plantean ese tipo de problema?

Hay democracias constitucionales que no quieren correr el riesgo de ser derrocadas desde dentro, y proscriben a las organizaciones que lo postulan. No es el caso de la peruana. Pero la pregunta está allí: ¿un fujimorismo en el gobierno volvería a conducirse de la misma manera, si se le presenta la oportunidad?

Si las últimas dos peroratas de Fujimori significan algo, entonces la respuesta es que definitivamente sí. Más aun, un nuevo golpe contra los partidos del Congreso sería una manera de justificarse y afirmar la legitimidad del método. Quienes valoran el orden institucional vigente, con sus limitaciones y todo, deberían pensar este asunto dos veces.

Fuente: Votando con el enemigo | LaRepublica.pe


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