contra el narcotráfico, despenalización de la hoja de coca

Domingo, 22 de marzo de 2009

Magaly Solier en Yuyanapaq

Por Ronald Gamarra

En medio del debate sobre el proyecto de un museo de la memoria, suscitado a raíz de la negativa del gobierno de Alan García a aceptar una donación del gobierno alemán para tal finalidad, el blogger Marco Sifuentes tuvo una idea genial: comprobar empíricamente la reacción que el ejercicio de la memoria suscita en los peruanos, especialmente en aquellos que sufrieron directamente la violencia, confrontando a uno de ellos con las imágenes de la muestra fotográfica Yuyanapaq, que forma el núcleo del proyectado museo.

¿Acaso Yuyanapaq le provocaría el rechazo que vaticinan los enemigos del trabajo cumplido por la CVR? ¿Le provocaría la ira que cabría esperar de una representación de los hechos supuestamente manipulatoria y sesgada, como afirman los adversarios de los derechos humanos?

Aun más genial fue la decisión sobre la persona elegida para pasar esta prueba en nombre de todos: Magaly Solier, joven actriz, cantante y compositora de aguda inteligencia natural y sensibilidad exquisita, surgida de los sectores más pobres del país, natural de Huanta –bella región y terrible escenario de la violencia de los años 80 y 90–, ella misma y su familia sobrevivientes de la violencia que asedió toda su niñez. Magaly Solier nunca había visitado la muestra fotográfica Yuyanapaq, no la conocía ni había oído hablar de ella. Marco Sifuentes la invitó a visitarla, juntos, en su actual y provisorio sitio de exhibición, en un ambiente del Museo de la Nación. La experiencia ha quedado registrada en un video memorable, que puede verse en línea en el blog de Marco Sifuentes: http://utero.pe/2009/03/13/con-magaly-solier-en-yuyanapaq/

La muestra no le fue extraña ni ajena a Magaly. Al contrario, era evidente que la concernía en lo más profundo; tanto que podía dialogar con todas y cada una de las imágenes. Ella era capaz de reconocer las circunstancias de cada imagen sin recurrir a los cartelillos explicatorios y podía contar infinitos detalles que iban más allá de los límites de cada foto, enriqueciendo nuestra mirada, porque la suya era una mirada desde el interior de las propias imágenes, desde la experiencia vivida y ahora retratada, desde las emociones vividas y hondamente padecidas.

Una mirada, por otro lado, sin rencor ni resentimiento, pero que tampoco busca disociarse de lo ocurrido ni abolirlo del recuerdo; una mirada que recuerda precisamente como acicate para poder ser mejores.

¿Podía extrañarnos? Después de todo, eso es esencialmente lo que Magaly Solier ya había dicho en Berlín cuando levantó la voz, quebrada pero decidida, para llamar a las mujeres a no callar, a ser fuertes y no temer ni doblegarse ante la violencia que cotidianamente afrontan:

“llapallan warmikuna, ñuqa nikichik: kallpanchakuichik, ama manchakuichikchu”.

Estas palabras sencillas pronunciadas en la lengua ancestral de nuestras madres y padres, que nos estremecieron hasta lo más profundo al ser pronunciadas ante el mundo entero, en Berlín, definen la esencia de los derechos humanos y la finalidad del recuerdo y la memoria: que los seres humanos puedan ser libres, iguales y dignos, para vivir plenamente, ajenos a toda humillación y temor.

Fuente: Magaly Solier en Yuyanapaq | LaRepublica.pe


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