Viernes, 19 de diciembre de 2008
'Toto': "He ganado al waterpolo pero he perdido contra la coca(?na)"
Pedro García Aguado, campeón olímpico y mundial, cayó en el abismo de las drogas y el alcohol víctima del éxito deportivo. La expulsión del círculo profesional le salvó la vida. Ahora, ayuda a jóvenes con problemas conocidos.
Su amigo del alma era el malogrado Jesús Rollán. Entre ambos existía una relación espiritual parecida a la que unía a los ciclistas Chaba Jiménez y Marco Pantani. A diferencia de los citados, Pedro García Aguado, conocido como Toto en las piscinas y en las pistas de baile, fue un juguete que no se llegó a romper. Hoy es un hombre, aunque todo comenzó a la tierna edad de 17 años.
Corría el año 1985 y dos jóvenes promesas del waterpolo madrileño, como tantas otras, tenían que emigrar rumbo al centro neurálgico de este deporte minoritario, Cataluña.
Las bulliciosas hormonas de adolescente gobernaban la aventura barcelonesa. Con una residencia por hogar, y tras sustituir el control paterno por una buena suma de dinero, no tardaron en acostumbrar sus ojos a la noche. “Rollán y yo nos embarcamos en una vida de desenfreno sin que nadie nos pusiese límite: nos derrotó. A mí y a él. Sobre todo a él”, comenta Toto.
Energía de juventud
La energía juvenil camuflaba la doble vida de los waterpolistas madrileños. “A la droga se llega por el alcohol, de forma lúdica, para celebrar victorias, cenas de amigos después de los entrenamientos... Es jodido, porque el alcohol es sibilino”, reconoce
Toto, quien en el momento de desarrollar su adicción desprendía una vitalidad que le permitía rendir en el deporte y en las fiestas. “Bebía, jugaba al día siguiente y marcaba goles. Y creía que el mundo era eso, sin más”.
Sin embargo, el cuerpo humano no firma cheques en blanco. Pronto llegó el agotamiento y las excusas para faltar a los entrenos.
“Empecé a trabajar en un pub. Lo hacía gratis, a cambio de copas. Pero ya no rendía igual, y entonces me presentaron las drogas. Me dijeron que la cocaína rebajaba los efectos del alcohol y experimenté”, remata.
Tras la primera y gratuita vez, el consumo de cocaína se generalizó, pagando, y llegó el primer toque de atención. “La Federación detectó nuestro estilo de vida y tuve que dejar el bar de copas. La adicción es una realidad que acostumbra a negarse en el deporte. Los entrenadores detectan el consumo abusivo de alcohol en los jugadores. Imaginan, si no conocen, otros consumos, pero lo consideran una etapa pasajera”, denuncia Toto.
Siempre al amparo de una excusa, alcohol y cocaína se relacionaban estrechamente con los éxitos deportivos. Alternando parones trimestrales durante la alta competición para evitar los controles antidopaje con períodos de consumo exagerado, llegaron las medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 (“en aquel momento ingería 2,5 litros de alcohol en una cena”y en el Mundial de 1998, así como el reconocimiento como mejor jugador de España en 2001.
“Siempre había una excusa. Algo que celebrar o el divorcio de mis padres. Yo me casé en 1994 y me divorcié en 1998. La cocaína se lleva todo lo que tengas. Salía por la noche y no volvía a casa hasta dos días después...”, indica Toto, quien intentó dejarlo en 1997 para salvar su matrimonio, pero recayó con más fuerza. “Me ponía muy agresivo, porque nos habían hecho muy competitivos”, señala, por lo que, tras su separación, se fue a vivir con una mujer de la noche con quien tuvo una hija. “Todo lo hacía de forma irreflexiva. Incluso, llegué a desear que mi hija de tres meses, en mis brazos, dejara de llorar para poder meterme otra raya”. “¿Relaciones personales? Ni siquiera sentía dolor al romper con una chica”, asegura.
En 2001, la Selección dejó de contar con él por su estilo de vida. “En principio culpé al entrenador, pero luego me dí cuenta de que era responsabilidad mía. El día que me echaron del equipo fue el primer día de mi vida, aunque pensara que no era así”, recuerda. La situación era tan extrema, que nada más poner fin a su carrera ingresó en una clínica de desintoxicación. “Estuve un año sin pisar un bar, sin ver a antiguos amigos ni saber nada del waterpolo”, afirma, “porque en todos los deportes se acaba saliendo y regando con alcohol”, desvela.
Una vez superada su adicción, Toto escribió el libro Mañana lo dejo, y lleva cuatro años trabajando como terapeuta en un centro de desintoxicación, ayudando a jóvenes. Aunque no todo es fácil para él. “La muerte de Jesús fue un examen muy duro. Era una gran excusa para volver a tomar cocaína: el suicidio de mi mejor amigo. En su momento, Jesús me dijo: ‘¿Te das cuenta de que ya no nos brillan los ojos? Aún somos jóvenes, lo hemos conseguido todo, pero nos falta la ilusión’. Luego ingresó en el centro y en el día de visita, cuando se dirigía al comedor junto a su madre, dijo que se había olvidado algo en la habitación y que tenía que regresar. Y regresó para arrojarse al vacío”. De su negativa salió fortalecido, hasta el punto de que hoy es un ejemplo. Por su voz alta para reconocer los errores y por su ayuda a la sociedad. “Qué razón tenías, Jesús, le diría yo ahora”, sentencia.
Fuente: Gaceta.es